El diálogo interno del jugador.

Todos los deportistas que compiten suelen tener rivales o contrincantes. Esto no es ninguna novedad. Pero si algo nos ha demostrado la historia del deporte y nos lo muestra día a día, es que nuestro peor rival, nuestro peor contrincante, puede estar entre las 4 paredes de nuestra cabeza.
Sí, aquel que gobierna por encima de todo es capaz de hacernos mucho daño generando creencias que no se sustentan en nada y que acaba mermando y dejando sin importancia a todo el sacrificio que hacemos día a día con nuestros entrenamientos, alimentación, descanso y cuidado. Por eso hoy quiero que sepas que, nada de esto servirá, si tienes a tus dos “yoes” enfrentados.
El siguiente texto está extraído del libro de Tim Gallwey “The Inner Game of Tennis”. Por supuesto, te lo recomiendo. Aquí te recojo aquello que a mi me ha parecido más importante y útil del libro. No te preocupes si tu deporte no es el tenis. Como sabes, el tenis es uno de los deportes que más importancia le ha otorgado al aspecto mental pero todo lo aquí escrito es aplicable a cualquier deporte que practiques.
Vamos allá.
El Juego Interior de Tim Gallwey
Hay veces que todo nos sale bien. De una forma que parece mágica, pegamos golpe ganador tras golpe ganador sin apenas esfuerzo ni ser conscientes de lo que hacemos. Simplemente lo hacemos. Pensamos en dónde queremos poner la pelota y allí la ponemos. Nuestra mente está en calma, es una con nuestro cuerpo y estamos totalmente conectados con el aquí y el ahora. Fluimos.
Sin embargo, otras veces sucede todo lo contrario. Cometemos errores continuamente, incluso no forzados. Tras cada fallo nos decimos a nosotros mismos lo que deberíamos haber hecho bien (“deberías poner el brazo más abajo y más atrás antes de soltar el revés”)…pero no hay manera. Estamos demasiado tensos y, cuanto más nos regañamos y corregimos no es que no mejoremos, es que empeoramos. Empezamos a dudar de nosotros mismos. “Tengo un revés de mierda y así no se puede ganar un torneo” “¿Valdré yo para esto?” Y así, poco a poco, nos vamos metiendo en un hoyo del que cada vez es más difícil salir.
Lo curioso de estas situaciones es que nuestro rendimiento no es malo porque nos falte conocimiento o práctica, sino porque no somos capaces de poner en práctica lo que sabemos. Estamos perdiendo el partido del juego interior y eso hace que irremisiblemente perdamos también el partido del juego exterior.
Los dos “yoes”.
Como acabamos de ilustrar, la mayor parte de los jugadores hablan continuamente consigo mismos. Pero, ¿quién habla con quién?
La mayor parte de la gente diría “yo hablo conmigo mismo”. Pero, de nuevo, ¿quién es ese “yo” y quién es ese “mí mismo”? Obviamente el “yo” y el “mí mismo” son entidades distintas o no podría haber ninguna conversación. Así que podemos decir que dentro de cada jugador existen dos “yoes”.
Al yo que habla le llamaremos el yo número 1, mientras que al yo que actúa le llamaremos el yo número 2. El 1 es el narrador (el ego) y el 2 es el ejecutor (el inconsciente).
Dentro de cada jugador, el tipo de relación que existe entre el yo número 1 y el yo número 2 es el factor principal para determinar su capacidad de convertir su conocimiento en acción efectiva. Por ello, una de las claves para mejorar en muchas facetas de la vida reside en mejorar la relación entre nuestros dos yoes.
El yo número dos—que incluye el cuerpo (con el cerebro), la mente inconsciente y el sistema nervioso—es capaz de hacer verdaderas proezas. Piensa por un instante en todo lo que está sucediendo en tu cuerpo sin que tú tengas que pensar en ello. Además, el yo número dos tiene una capacidad de aprendizaje verdaderamente increíble. En sus dos primeros años de vida un niño ha aprendido, entre otros, a manipular objetos, a andar y a hablar, cosas que son extremadamente difíciles de enseñar cuándo se hace de forma explícita. Lo mejor es que ese aprendizaje se produce de forma totalmente autónoma y natural.
Cuando el yo número 1 confía en las capacidades del yo número 2 y se quita de en medio dejando actuar al que sabe, la cosa fluye. Sin embargo, muchas veces no lo hace. Cuando deja de confiar en él e intenta tomar el control consciente de ciertas actividades la lía. Y es que el yo número 1 es muy voluntarioso pero bastante limitado. Mientras que el el yo número 1 tiene la potencia de una calculadora de bolsillo, el yo número 2 tiene la de un supercomputador.
Pero la cosa no queda ahí. A pesar de que con su falta de confianza e interferencia el yo número 1 es la verdadera causa del problema, lo primero que va a hacer es culpar del mal rendimiento al yo número 2. Faltaría más. Y al hacerlo reduce aún más su confianza en él, lo que le anima a intervenir más, por lo que la cosa sólo se agrava.
Rendimos al máximo en aquellos momentos en los que nuestra mente está tan silenciosa y tranquila como un lago de cristal. El objetivo del juego interior es aumentar la frecuencia y duración de estos momentos, acallar de forma progresiva la mente y alcanzar así una expansión continua de nuestra capacidad para aprender y actuar.
Conseguir acallar la mente es un proceso gradual que implica el aprendizaje de varias habilidades: dejar de juzgar, dejar que ocurra y crear imágenes mentales. Estas habilidades son un arte, el arte de olvidar los hábitos mentales que hemos adquirido desde la infancia.
1) Deja de juzgar.
La primera habilidad que tenemos que aprender es la de abandonar nuestra tendencia a juzgar nuestro desempeño como bueno o malo. Juzgar es el acto por el cual se asigna un valor positivo o negativo a un evento. Los juicios son reacciones de nuestro ego a todo lo que experimentamos e interfieren en nuestro rendimiento tanto si son negativos como si son, por sorprendente que parezca, positivos:
- Si el juicio es negativo, el yo número 1 comenzará a pensar sobre qué ha pasado e intentará corregirlo. Para ello se dará instrucciones y volverá a evaluarse. Como la mente no está en silencio, el cuerpo está tenso y el resultado vuelve a ser malo.
- Si el juicio es positivo, el yo número 1 comenzará a preguntarse qué ha hecho para hacerlo tan bien. Luego intentará que el cuerpo repita esa hazaña mediante instrucciones que se da a sí mismo. Así que hemos logrado lo mismo. Que la mente no esté en calma y el cuerpo esté tenso.
Después de haber evaluado unos cuantos golpes, el yo número 1 va a empezar a generalizar. La mente comienza juzgando un hecho aislado, luego un grupo de hechos, después de se identifica con ese grupo, y, finalmente, se juzga a sí misma y culminamos en el “no sirvo para nada”. Si te dices el suficiente número de veces que tu saque es pésimo, se produce un proceso hipnótico que acaba desembocando en que realmente lo sea. Una vez la mente hipercrítica ha creado una identidad basada en sus juicios negativos, la interpretación seguirá escondiendo el potencial del yo número 2 hasta que el embrujo hipnótico se rompa. Dejar de emitir juicios no significa ignorar los errores. Quiere decir simplemente ser conscientes de las cosas tal como son, sin agregar nada.
“Cuando plantamos una semilla de rosa en la tierra y vemos lo pequeña que es no la criticamos por carecer de raíces y de tallo. La tratamos como una semilla y le damos el agua y el alimento que necesita. Cuando comienza a crecer y a surgir de la tierra no la condenamos llamándola inmadura o subdesarrollada; tampoco criticamos a los capullos por no abrirse cuando aparecen. Lo que hacemos es asombrarnos ante el proceso que está teniendo lugar y le damos a la planta el cuidado que necesita en cada etapa de su desarrollo. La rosa es una rosa desde que es semilla hasta el momento que muere. En la semilla se halla todo el potencial de la rosa. Y la rosa está siempre en proceso de desarrollo; sin embargo, en cada momento, ella está perfectamente bien tal y como es.”
Los errores son una parte importante del proceso de desarrollo. Gallwey sugiere que la mejor forma de mejorar algo es:
- Dejar de juzgarlo y dejar de intentar cambiarlo conscientemente
- Observarlo tal y como es, con foco en ver y sentir lo que estamos haciendo. Se trata de aumentar nuestra consciencia de aquello que es.
- Dejar que el proceso de aprendizaje que existe en todo el mundo—si se le deja—opere.
La primera habilidad que hay que desarrollar para dominar el juego interior es la de la consciencia libre de juicio. Quizás sólo necesitemos ser un poco más conscientes de las cosas. Existe un proceso más natural para aprender y actuar que está a la espera de ser descubierto. Está listo para mostrarte lo que puede hacer cuando se le deja operar sin la interferencia de los esfuerzos conscientes del yo que todo lo juzga.
Afortunadamente, la mayoría de los niños aprenden a caminar antes de que sus padres puedan enseñarles a hacerlo. Si tratáramos nuestro juego de la misma forma que trataríamos a un niño que está aprendiendo a caminar progresaríamos mucho más.
Cuando el niño pierde el equilibrio y se cae, la madre no lo critica por ser torpe. Tampoco se siente decepcionada por ese hecho. Simplemente advierte lo que ha ocurrido y quizás dice algo o hace algún gesto para alentar al niño a intentarlo de nuevo. De esta forma, el progreso de un niño que está aprendiendo a caminar nunca se ve obstaculizado por la idea de que es torpe.
No eres tu golpe de revés ni tampoco eres el pase o la ocasión fallada al igual que una madre no es su hijo.
2) Deja que ocurra.
La clave para rendir es dejar que aquello que sabemos hacer ocurra, que no es lo mismo que hacer que ocurra. No se trata de intentar esforzarse.
Si tu cuerpo ya sabe cómo ejecutar un drive, entonces deja que ocurra; si no lo sabe, entonces deja que aprenda.
Las acciones del yo número 2 están basadas en la información que ha almacenado en su memoria sobre acciones propias que ha realizado en el pasado o sobre acciones que ha observado en otras personas.
El yo número 2 recordará cada acción ejecutada y sus consecuencias en función de tu nivel de atención y alerta. Lo más importante para un jugador es permitir que se produzca ese proceso natural de aprendizaje y olvidarse de las instrucciones sobre cómo ejecutar cada golpe. Los resultados serán sorprendentes.
3) Crea imágenes visuales.
Necesitamos aprender de nuevo a sentir y también aprender de nuevo a aprender. ¿Cómo aprende el yo número 2?
El yo número 2 aprende observando lo que hacen los otros, así como haciendo las cosas él mismo, experimentando lo que siente al imitar esas imágenes visuales.
Aunque no tienes el revés liftado inscrito en tus genes, sí que tienes el proceso de aprendizaje natural codificado en tu estructura genética.
Dale al yo número 2 una imagen clara del objetivo a conseguir y hazlo en su lengua materna, la imágenes (visuales y sensoriales). Dile “haz lo que tengas que tengas que hacer para conseguir eso”. Recuerda: deja que ocurra, no hagas que ocurra. No juzgues el resultado como un éxito o un fracaso sino que céntrate en formarte una imagen sensorial (qué hacías y qué sentías) en el momento de la ejecución. Si el resultado no es el deseado y crees que necesitas una corrección adicional, crea una imagen mental de la forma deseada. Ensaya el movimiento y siente exactamente qué se siente ejecutándolo de esta forma. Ejecútalo de nuevo y compara. Rinse and repeat.
El lenguaje verbal, además de no ser la lengua madre del yo número 2 y sin embargo ser la charca favorita en la que retoza el yo número 1, es incapaz de describir con precisión la complejidad de un golpe. Recordar las instrucciones sobre cómo ejecutar un golpe no es lo mismo que recordar el golpe en sí. Y sin embargo, una y otra vez, caemos en el error de confiar en la forma conceptual de aprender la técnica que usa el yo número 1 en lugar de confiar en la forma experimental en que lo hace el yo número 2. Las instrucciones, usadas como una serie de “deberías” y “no deberías”, interponen una sombra de miedo entre la sabiduría instintiva del yo número 2 y la acción.
En resumen: concéntrate.
Luchar contra la mente es algo que no funciona. Lo que funciona mejor es aprender a concentrarla. A medida que uno alcanza la concentración, la mente se acalla. La concentración quiere decir mantener la mente en el aquí y en el ahora.
El mensaje del juego interior es sencillo. Concéntrate.
Observar algo fijamente no sirve para concentrarnos. Tampoco consiste en pensar mucho acerca de una cosa. La concentración no es algo que se pueda forzar, sino que surge de forma natural cuando la mente está interesada. Cuando esto sucede, la mente se siente irresistiblemente atraída hacia ese objeto o sujeto. Apreciar lo que no sabemos de algo es un primer paso para poder interesarnos por ello.
Por contra, las mayores pérdidas de concentración se producen cuando dejamos que nuestras mentes imaginen lo que va a ocurrir o recuerden lo que ya ha ocurrido.
Durante el juego, hay jugadores de tenis que intentan concentrarse en la imagen de la pelota o en el sonido que produce después de ser golpeada. Otros prefieren, lo que quizás es más útil, concentrar la atención sobre su propio cuerpo y sus sensaciones musculares o sobre el ritmo. En las pausas entre puntos, muchos jugadores optan por concentrarse en su respiración. Cuando la mente empieza a divagar sobre si va a ganar o perder el perdido, la traen suavemente de vuelta a la respiración y dejan que su ritmo natural les relaje.
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